sábado, 29 de enero de 2011

Incendios con suerte e incendios sin suerte

Las Tablas de Daimiel gozan hoy de un reconocimiento casi exagerado. Mucho, normal, poco o demasiado, da igual: algo es algo, comparado con los desprecios que sufría el Guadiana hace 30, 40 o 50 años. Así que, esta vez, cuando a finales de 2009 la turba empezó a arder, en vez de quedarnos mirando cómo se convertía el humedal en una gran parrilla, los españolitos nos trajimos maquinaria y un buen montón de agua para ver si la cosa se podía salvar. No son formas, pero al menos ahora hay quien está dispuesto a morir matando. Medidas insuficientes en cualquier caso, hasta que por fin llegaron los refuerzos divinos del dios lluvia.


Las de arriba son imágenes de los restos del incendio al cabo de un mes de que comenzaran las lluvias. En este tramo, a un kilómetro de la entrada del parque, NO hubo acción de maquinaria. El negro y el gris ya se van fundiendo con el marrón y el verde y, en pocos días, todo estará inundado. Probablemente también olvidado. Así somos.

Las que siguen, son imágenes del tramo del cauce que está junto a la entrada del parque en el molino de Molemocho. Muestran el estado en que quedó el terreno después de la excavación, compactación e inundación.


A día de hoy, cabría pensar que más valía NO haber metido maquinaria. Pero, claro, ¿cómo íbamos a volver a quedarnos mirando? Hay quien pedía una muerte digna. Y hay quien dice que no hay dignidad en la muerte.

¡Puf! Las Tablas se salvaron por los pelos… Esta vez.
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